La condición humana y los relatos de vida

Las narraciones acompañan a los seres humanos tan íntimamente como la sombra persigue al propio cuerpo; el poder del relato es universal: cuando somos niños leemos cuentos infantiles, ya adultos vemos series de televisión y en cualquier tiempo escuchamos absortos las narraciones de vidas ajenas y narramos la propia como forjadores de nuestra propia historia. Los recuerdos, sentimientos, acciones y circunstancias se concitan en los relatos, que tejen la vida como una secuencia de eventos ordenados y con sentido.

El concepto de relato incluye tres elementos esenciales: unos acontecimientos externos, vividos desde la experiencia interna y entrelazados mediante una secuencia temporal, que incorpora a ambas con el objeto de conseguir formas alternativas de acción y de conciencia.

2. EL MUNDO COMO NARRACIÓN

Vivimos en un mundo narrado, que nos convierte a todos en actores de un gran relato. El mundo, no es otra cosa que un modo de ver, esto es: una selección de trayectorias significativas, con sus ficciones, sueños, que configuran el mundo.

¿Qué significa vivir en un mundo narrado? En primer lugar, que el mundo es inseparable de la interpretación, que se despliega en creencias, en convicciones, en sabidurías; en consecuencia, éstas no son algo advenido desde fuera, algo que se toma o se deja a discreción de alguien, sino algo que construye el mundo humano y la identidad personal.

En segundo lugar, el mundo como narración arroja luz sobre el sentido del conocimiento. Comprender el mundo es como leer un libro; aprender a ser humanos es aprender a leer y a narrar el mundo que, como decía Simone Weil, es un texto no escrito de muchos significados que es necesario descifrar. Somos tutores de cifras, de enigmas y de signos, guardianes de sabidurías que vienen desde el fondo de los tiempos.

3. LA VIDA COMO NARRACIÓN

Las imágenes, las ficciones, los símbolos y las convicciones que transitan en las narraciones, hacen que la vida humana tenga significado. Lo humano no se reduce a lo manipulable. Como señalaba Paul Ricoeur: Si se niega el poder que tiene la ficción de decir lo esencial de lo real, entonces se ratifica el positivismo, que considera que lo real es sólo observable y descriptible científicamente.

En el proceso de construcción de la identidad, que concede continuidad a las vidas y coherencia interna, tiene una importancia particular las historias que contamos y vivimos. No sólo en cuanto nos permite identificarnos con alguien y construir así una imagen aceptable de nosotros mismos, sino también en la medida que proyecta un itinerario de acción para nosotros.

Así ocurre en la experiencia religiosa, en concreto en el cristianismo. Los relatos fundacionales, del proyecto de Jesús de Nazaret y su grupo de seguidores, incorporan la narración para hablar de Dios. Apoyados en las narraciones de quienes compartieron camino de vida para construir su identidad, como la moneda de dos dimensiones que es una: valores sobre los que apoyar la vida y su relación con Dios. Este camino se podría definir como la búsqueda del sentido existencial.

4. LA NARRACIÓN COMO CURACIÓN

Los relatos son creadores de resistencia y los narradores son tutores de resiliencia. Acertar en los relatos, significa dotarse de fortaleza personal y de resistencia colectiva.

Al narrar historias se fortalecen las resistencias o como últimamente se le ha denominado, se consolida la resiliencia que en último término alude a la capacidad de encajar las adversidades de la vida. La narración tiene que ver con la construcción de “resiliencia”. Los niños y las niñas recuerdan los cuentos de la infancia porque le trasmitían, más allá de sus contenidos, los afectos y la confianza.

La narración en el proceso de construir identidad personal, nos reta a acompañar desde diversas perspectivas a saber poner palabras, símbolos, vivencias… para ir construyendo el sustrato de valores y relaciones desde las que dar sentido a nuestra vida.

Comparte